Ésta es la historia de Epi. Y de su compadre, Tanveer Hussein. Y del hermano de Epi, Álex, que oye voces y ve a Cristo escondido en bares y lavabos. Y de Tiffany Brissete, Reina Exiliada con las cejas tatuadas. Y en menor medida, del barrio en el que todos están atrapados. Un paisaje moral fulminado en el aquí y ahora. Y es que la primera vez que Epi decidió existir no encontró mejor forma de hacerlo que matando a Tanveer. No quería escandalizar al mundo ni llamar la atención. Ni siquiera trató de ser violento. Sólo quería recuperar a la mujer que se le escabullía entre las manos. Si mataba a quien le había robado su amor, estaba seguro que ella volvería con él. Que todo volvería a ser como era antes.
Mientras, Álex busca por el barrio a su hermano: las horas corren. La policía —un cuerpo de nueva creación, vanidoso y moderno— busca no sabe a quién ni para qué. De hecho, todos los personajes corren unos detrás de otros sin saber qué buscan ni lo que esperan obtener de los demás. Quizás sólo deseen poder adelantarse al otro, y saber qué está pasando.
Y a todo esto el barrio regurgita en un coro de pequeñas vidas que, en realidad, son las que deciden los acontecimientos. Y durante las horas siguientes un grupo de calles dentro de una ciudad se estremecen ante las novedades. Álex encuentra a su hermano. La policía encuentra a Epi. Tiffany intenta entender y huir, aunque no por este orden. Y el final sorprendente los deja a todos en una casilla distinta a la que hubieran deseado.