Antonio Manzini. Pista negra. Barcelona: Salamandra, 2015
Al caer la noche, un cadáver aparece semienterrado en la nieve en la estación de esquí de Champoluc, en los Alpes italianos. El cuerpo, aplastado por una de las máquinas pisanieves que acondicionan las pistas al final de la jornada, ha quedado irreconocible. El subinspector de policía Rocco Schiavone, destinado recientemente al valle de Aosta, tiene poco para iniciar sus pesquisas: apenas unas hebras de tabaco, unos jirones de ropa y algunos restos orgánicos, aunque le bastan para sospechar inmediatamente que ese hallazgo macabro oculta, en realidad, un crimen. No tarda en descubrir que la víctima, Leo Miccichè, pertenecía a una familia de viticultores de Catania y regentaba un pequeño hotel de lujo con su mujer, Luisa, cuya intrigante belleza despertará la curiosidad del subinspector.
Con su ropa de ciudad y sus inadecuados zapatos de ante, que se niega a sustituir por botas de montaña, Schiavone, romano hasta los tuétanos, detesta el esquí, la montaña y el frío. No está claro por qué lo han trasladado hasta ese valle remoto, pero algo habrá hecho para merecerlo. Schiavone, policía corrupto y amante de la buena vida, es violento, sarcástico, vanidoso, grosero con las mujeres e impaciente con la incompetencia de sus subordinados. Ni siquiera le gusta su trabajo, o eso dice, aunque tiene un olfato insuperable para detectar la mentira y un ojo de lince para adivinar las debilidades de sus semejantes. La investigación de su primer caso en el valle de Aosta lo llevará a sumergirse en un pequeño mundo cuyo aspecto apacible y próspero esconde una tupida red de pasiones y mentiras, un microcosmos fascinante que el autor utiliza de forma magistral, tanto para exponer los contrastes que dividen al país en dos mitades opuestas como para retratar a un hombre profundamente marcado por la pérdida.